miércoles, abril 19, 2017

Simón Vélez: el arquitecto del acero vegetal

Para llegar a una de las últimas casas que está construyendo el arquitecto Simón Vélez hay que tomar una carretera que sale de Bogotá y descender por las crestas de la cordillera de los Andes hacia el ardiente valle del río Magdalena. La vía atraviesa pueblitos tropicales y paradores repentinos que subsisten vendiendo mandarinas y flotadores. Vallas de todos los tamaños ofrecen felicidad y descanso en nuevos condominios y casas con piscina. A mitad una recta inverosímil entre tantas montañas hay que tomar un discreto desvío y, si se tienen las credenciales, superar dos retenes dónde policías con fusiles M-16, lanzagranadas y botas militares custodian una estrecha y polvorienta carretera flanqueada por samanes y acacias florecidas.

—Buenos días don Alberto —dice con certeza uno de los policías y da una rápida ojeada al interior del carro, un Honda último modelo y vidrios opacos.
— Buen día —responde Simón, sin ganas de entrar en aclaraciones—. Vengo a la obra.

Simón se presta para confusiones. Siempre lleva puesto el mismo desaliño de pantalones un poco escurridos, botines a medio amarrar, la camisa medio adentro o medio afuera, eso sí siempre un poco a medio planchar. “Para mi toda la vida ha sido muy importante andar mal vestido, es mi manera de decir que no soy empleado de nadie”, me dijo. El policía hace una seña y da paso sin sospechar que ese hombre que hoy no se rasuró y parece el último pasajero en bajar de un vuelo nocturno es una estrella de la arquitectura alternativa que convirtió la guadua —un bambú que crece como maleza en la zona cafetera colombiana— en motor de una revolución constructiva y estética.

“Simón se inventó lo que hace”, me explicó Benjamín Villegas, uno de los primeros editores que se fijó en su obra y publicó un libro que recoge buena parte de los usos de la guadua en la cultura colombiana. “Es un tipo absolutamente original y novedoso. Su obra va a trascender”, me dijo. Desde la época precolombina y hasta Simón Vélez, la guadua tuvo usos prosaicos: cercas, ductos, ranchos efímeros, materas y esqueleto invisible en muros de tierra pisada o bahareque. La guadua era, en esencia, la materia prima de la pobreza. La razón es simple: abunda, resiste, es liviana y muy barata, cuando no gratuita pues brota en cañadas y lotes abandonados. La guadua colombiana puede llegar a crecer hasta 12 centímetros al día y es tan intrínseca al paisaje de las montañas templadas que hay hoteles, restaurantes, condominios, parques y hasta una famosa canción en ritmo de guabina que se llama “Los guaduales” y el cantante se pregunta “¿Por qué lloran?” Hace diez años, el Ministerio de agricultura estimaba que en el país había 60 mil hectáreas de guadua, casi toda silvestre.

En la obra de Simón Vélez la guadua adquirió, de repente, una majestuosidad de catedral. Desnuda y rolliza, sostiene imponentes domos que parecen caparazones de tortugas gigantes o cubiertas flotantes que a veces recuerdan el casco invertido de un trasatlántico, un abanico extendido o un paraguas abierto. Casi siempre las completa con teja artesanal en barro o a veces con pasto. “Yo como arquitecto no hago cubos, yo soy de otra religión”, dice Simón. “Yo hago techos.”

Simón redescubrió las posibilidades constructivas de la guadua, un pasto gigante y prehistórico, a través de un invento casi accidental que tiene la simpleza distintiva de lo genial: inyectó concreto en los canutos —los vacíos internos de las varas— para darle solidez a las junturas, y reemplazó la uniones de las varas que la gente solía hacer con lazos de fibras naturales o muescas, por pernos y tuercas en hierro. “La relación de peso y resistencia es la mejor en el mundo”, asegura Simón. “Cualquier cosa construida en acero, yo la puedo hacer en bambú más rápido y más barato.”

En la obra de Simón la tecnología de punta corre por cuenta de la naturaleza. Él bautizó a la guadua como “el acero vegetal”. Su destreza está en la confección. “En países pobres la mano de obra es muy hábil porque la gente depende de sus manos para vivir. Cuando un país se hace rico, los obreros pierden su habilidad y pasan a manejar máquinas”, dijo hace poco en una conferencia en la escuela de arquitectura de Cooper Union en Nueva York. “Yo puedo hacer las casas que hago sin necesidad de electricidad, todo a mano, con un cincel, un martillo y un serrucho.”

Por eso, sus obreros son los únicos herederos de su escuela, verdaderos depositarios de esa sabiduría rústica e intransferible por una vía diferente a la práctica. Sin embargo cada vez resuenan más ecos de su obra en manos de admiradores juiciosos y también de imitadores mediocres. Ambas escuelas lo tienen sin cuidado.

Descendemos unos trescientos metros por la falda de una montaña hasta toparnos con el segundo retén. Una agradable brisa mueve las ramas de tecas rectas y fornidos cauchos. Simón se quita su infaltable sombrero blanco de paja y me dice que está cansado de los viajes. Su reciente fama le impone ir de un lado a otro: obras en China o Brasil, conferencias en MIT o talleres en el Vitra Museum o el Centro Pompidou. Puede estar un día tomando café con el arquitecto Glenn Murcutt, premio Pritzker, y al otro alzando una copa de vino con Mick Jagger en un yate del coleccionista de arte Jean Pigozzi en una bahía de Panamá. O comiendo con su colega Shigeru Ban, famoso por sus estructuras en papel y cartón, y terminar haciéndose juntos una foto, sonrientes. Con tantos viajes puede incluso dejar plantada, sin querer, a Martha Stewart, la gurú estadounidense de la decoración de interiores por televisión que una vez fue a buscarlo a su casa pero, como Simón no estaba, se resignó —como los turistas en los museos de cera— a hacerse una foto junto a un retrato suyo desnudo y en tamaño natural que cuelga en una de las paredes de su casa. (El cuadro es un dibujo hecho y dedicado por el fallecido pintor colombiano Luis Caballero.)

—¿Placa del vehículo? —pregunta el policía que emerge de entre la vegetación como una lagartija.
—Este carro es robado, entonces no me la sé —responde Simón.

Es verdad que el carro no es de él aunque le toque hacer creer que sí, como es verdad que no todas sus casas las custodian hombres armados. Pero casi todas son infranqueables: las protege el cerrojo del silencio. De casi ninguna hay fotos excepto las que él mismo muestra en conferencias en las que nunca menciona al dueño y siempre identifica con la misma vaguedad: “Casa en las montañas de Colombia”. ¿Por qué? Al redefinir las posibilidades de la guadua, Simón redefinió también su tradicional clientela. Sin excepción, sus clientes son muy ricos o muy poderosos, y casi siempre ambas cosas. “Habría que hablar con ellos”, me dijo cuando le pregunté si podía acompañarlo a visitar alguna de las casas que está haciendo. “Los ricos son muy ariscos”, dijo.

El dinero y el poder son invisibles y Simón es de esos arquitectos que saben darle forma y presencia a esa mezcla casi siempre inevitable de los dos. En sus casas y bajo sus espléndidos techos duermen los dueños de muchas de las grandes fortunas de América Latina y también algunas de otros rincones del mundo. Casi todos cuidan con celo su privacidad, unos por pudor, otros por temor.

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Guatemala: selvas de guerra, bosques de paz

El país centroamericano tiene una de las experiencias más exitosas del mundo de protección de bosques en un contexto de posconflicto. ¿Se podría replicar en Colombia? Reportaje de Lorenzo Morales desde Guatemala.

La pinza del tractor se cerró sobre el inmenso tronco caído de un caoba centenario y lo jaló por una trocha de la selva, como si arrastrara a un muerto por los pies. Mirando cómo se alejaba, Mario Vinicio Pop Sánchez, el hombre que acababa de derribar el árbol, se apoyó en su motosierra como si fuera un bastón, se limpió el sudor de la cara y dijo: “El lineamiento aquí es conservar el bosque”.

No importa que ese día ya hubiera echado al piso una docena de gigantescos árboles, Pop Sánchez no mentía. En Uaxactún, un pequeño pueblo al norte de Guatemala, él y cerca de 300 socios más, la mitad mujeres, explotan de manera sostenible los recursos de 83.000 hectáreas de bosque, dentro de la Reserva de la Biósfera Maya, el mayor bosque tropical de Centroamérica.

 Al año extraen unos 2.000 metros cúbicos de madera de especies valiosas como cedro, pucté, machiche y sobre todo caoba, una madera preciosa cuyo comercio está restringido por convenios internacionales. También explotan otros recursos no maderables como pimienta, nuez de ramón (un alimento ancestral maya) y, sobre todo, xate, una palma ornamental que exportan a las floristerías de Estados Unidos.

 Como Uaxactún, otros pueblos dentro de la reserva –la mayoría antiguos campamentos de explotación de chicle fundados a comienzos del siglo XX– están organizados bajo un sistema de concesiones forestales comunitarias. Las concesiones son fruto de los acuerdos de paz que terminaron con 36 años de guerra civil en Guatemala y entregaron, entre otras, 100.000 hectáreas a campesinos sin tierra.

 Hoy las concesiones comunitarias cubren 500.000 hectáreas de la región de Petén y generan al año unos 6 millones de dólares exportando madera y casi 2 millones más en productos no maderables que benefician a unas 15.000 personas, según datos de la Asociación de Comunidades Forestales de Petén (Acofop) que agrupa a casi 2.500 socios.

 La experiencia podría ofrecer alternativas al dilema que enfrentan países que aún conservan importantes bosques tropicales, y en especial aquellos como Colombia que dejan atrás un largo conflicto armado. Un camino es prohibir el uso del bosque y expulsar a la gente sin tener manera de garantizar que no entrarán los taladores o mineros ilegales. El otro, sustraer las zonas de reserva y entregarlas a los ocupantes para que las cultiven o las vuelvan potreros con un alto costo ambiental.

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sábado, septiembre 24, 2016

Agitación territorial

*Por Lorenzo Morales, investigador de la Universidad de los Andes
Pocos días después de anunciar el fin de las negociaciones con las Farc, Humberto de la Calle, jefe negociador, anticipó en una entrevista radial que el acuerdo cambiaría la forma de hacer política en Colombia. “La política se va a volver más dura”, dijo. “Los partidos tienen que prepararse para eso”.
Ese nuevo escenario político será una de las consecuencias de la implementación del acuerdo final que tiene dos tipos de compromisos: unos transitorios de cara a las próximas elecciones y otros de gran calado y potencialmente más transformadores.
Los primeros se resumen en la reincorporación política de la guerrilla a través de un nuevo partido político para las Farc y una serie de mínimos de representación en el Congreso con cinco curules en Senado y cinco en Cámara, con voz y sin voto, para los periodos legislativos 2018 y 2022. Después, ese partido tendrá que ganarse su espacio solo, como los demás.
Esos mínimos que concede el acuerdo son, como dijo Sergio Jaramillo, alto comisionado para la Paz, “una red de seguridad a un trapecista” para que en caso de que su votación sea muy baja, tengan algo de participación en el Congreso.
Hasta ahí no habrá lugar para grandes sorpresas. Las reglas están claras pero los resultados son altamente impredecibles en el punto 2 sobre participación política y apertura democrática, un anhelo que ha iterado en diferentes formulaciones y modos de fracasar al menos desde el gobierno de Virgilio Barco, hace 30 años.
Allí el acuerdo establece —no solo para las Farc, sino para todo movimiento que sea minoría— la necesidad de reglamentar un estatuto para la oposición que le garantice su derecho a disentir, unas medidas de protección física a los líderes y candidatos, respeto por la protesta y movilización social y acceso equitativo a la financiación estatal y a medios públicos de comunicación.
De cumplirse, esas medidas cambiarán sobre todo la política que se hace más allá de la Plaza de Bolívar, en los territorios donde el conflicto armado taponó el debate político, castigó el disenso y negó la posibilidad real de cambio y alternancia de los liderazgos, en general construidos más con la captura de la administración pública y el maridaje con la violencia política que con las ideas y el juego democrático limpio.
¿Qué juego tendrán ahí las Farc? ¿Cuál puede ser su alcance como fuerza política?

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jueves, octubre 03, 2013

"Educación, no coaching", entrevista a José Fernando Isaza

Para el exministro José Fernando Isaza, la curiosidad y una sensibilidad para entender el momento son las herramientas de un líder. Es posible formar líderes para el futuro, pero no como muchos piensan.


A José Fernando Isaza no le gusta la palabra “liderazgo”, sin embargo, la ha padecido en casi todas sus formas: en la política, como ministro; en la empresa privada, como presidente de Mazda; en la academia, como rector de la Universidad Jorge Tadeo Lozano; en los medios, donde aún es un afilado columnista y emprendedor. Para él, el liderazgo no puede ser una asignatura ni tampoco se certifica con un diploma, pero sí cree que el éxito de los líderes del futuro está en la educación que reciban.


¿Por qué necesitamos líderes?


Me gusta que hable de líderes y no de liderazgo. Líder es una persona capaz de hacer una transformación radical en una sociedad y hacerla avanzar. El error consiste en creer que esas personas se hacen tomando un curso de liderazgo, de coaching, que cuesta un millón de pesos e incluye libreta y lapicero. A veces dan almuerzo. Eso desgastó la palabra.


Los líderes son importantes no solo en el campo político. En el Renacimiento, los grandes líderes fueron artistas y científicos y lograron modificar el concepto del hombre. En vez de pensar que debemos estimular el liderazgo, lo que debemos es estimular el conocimiento y la capacidad de profundizar en un tema.


A Javier Solana, presidente y líder por muchos años de la Comunidad Económica Europea –físico como yo–, le preguntaban cómo había logrado construir esa unión. Él respondía: “Leí lo que había que leer cuando tenía la edad para leerlo y entendí lo que tenía que entender en el momento indicado”. Es decir: miró, pensó y entendió. Creo que hemos olvidado la importancia de la educación. Que una persona a los 18 años se siente a analizar un problema, así probablemente no pueda resolverlo. Eso ya no nos gusta. Hay que ser competitivo, proactivo y otras palabras de moda. Un líder es quien se muestra capaz de entender el momento. Y la iluminación no llega si no hay buena información. Ser líder es también mirar con otros ojos y una mente educada lo que otros no ven. Eso no es tan fácil.


Hay gente inteligente, erudita y bien informada que no da el paso para transformar la realidad, aunque la tenga bien diagnosticada. El líder tiene que querer serlo...


El intelectual entiende la situación. El líder es eso y además participa. En otras palabras, el intelectual avisa que hay un incendio, mientras que el líder corre a apagarlo.

martes, julio 02, 2013

El rediseño de Benjamin Villegas

¿Cómo capotea la crisis el dueño de la editorial independiente más exitosa y persistente de Colombia? Por Lorenzo Morales.

Foto: Camilo Rozo.

Benjamín Villegas duerme mal pensando en libros. En un libro sobre mariposas, en otro sobre el páramo, uno sobre pájaros, otro sobre Bogotá a vuelo de pájaro. Coge ideas del aire o de oídas y las garrapatea en libretas que deja tiradas en los taxis. Cada idea la vuelve una obsesión que empieza a tomar forma, peso y color en su oficina de la calle 82. Allí tiene un pequeño hogar autosuficiente que él mismo levantó, con baño y una especie de diván que puede hacer de cama y una mesa de juntas que puede hacer de comedor. No tiene escritorio de mandamás sino una mesa cuadrada con cuatro sillas. Las paredes son una muralla de libros.

Durante el día suele estar prendido al celular en su papel de telefonista ilustrado o un piso abajo, con sus diseñadores. “Ese color está muy saturado”, dice mientras revisa unas pruebas en pantalla. “Mire si le puede bajar un poco”. “Achiquite esa foto”, ordena, muy rolo, en su uniforme de trabajo: corbata y un saco en V de lana. “Súbale al carmelito”. Está pendiente de cada detalle, examina cada foto, lee cada texto, relee cada pie de foto. Con frecuencia es el último en apagar las luces y el?último en cerrar con doble llave, y a oscuras, la puerta de Villegas Editores. Por estos días también duerme mal pensando en el futuro de su empresa.

martes, septiembre 11, 2012

Un 'chat' sobre la prensa en Colombia con El Espectador

El periodista Lorenzo Morales es el curador de ‘Un papel a toda prueba’, la exposición que conmemora los 50 años de Andiarios y recopila más de dos siglos de la prensa en Colombia.

 ¿Cómo se resumen más de 200 años de periodismo escrito en Colombia?
Mostrando que, aunque muchas cosas han pasado desde las imprentas de tipos móviles en el siglo XVIII al Twitter del XXI, la esencia es la misma: contar la vida de una nación en un día.

¿Qué tan políticos fueron los primeros periódicos?
Tanto que cada político con ansias de caudillo era dueño de al menos uno. La prensa fue la mejor tribuna para hacer campaña, casi siempre anteponiendo la opinión a los hechos.

¿Cómo define la alianza entre periodismo y poder político que caracterizó al siglo XX?
Le respondo con una lista incompleta de periodistas que terminaron de presidentes: Juan Manuel Santos, Andrés Pastrana, César Gaviria, Alberto Lleras, Laureano Gómez, Eduardo Santos, Carlos E. Restrepo, Enrique Olaya Herrera, y sigue...

Estéticamente, ¿cuál cree que ha sido el mejor periódico de la historia de Colombia?
Mundo al Día, que circuló en la década de 1920 y costaba 5 centavos. Fue el primer tabloide exitoso en Colombia, con un diseño que incorporaba la fotografía con un verdadero criterio noticioso y no de simple adorno visual.

La mejor pieza de la exposición.
Por lo surreal, diría que una entrevista de 1992 a un militar orgulloso de haber asesinado a un periodista en la redacción del periódico, porque, según él, denunciar los maltratos a los soldados ofendía el honor del uniforme.

¿Y cuál es su favorita?
Una crónica en verso de Fraylejón (Federico Rivas Aldana) sobre los reporteros perezosos. Tiene un par de versos que dicen: “Esas cosas de las preguntas necias / tan sólo uno las hace / cuando no tiene tema / y ansía llenar cuartillas / de una fácil manera / y de modos muy cómodos / sin trabajar apenas / a costa de unas gentes / que a nadie interesan”.

¿De dónde surgió la iniciativa de realizar este recuento del periodismo escrito?
De una mezcla de buen juicio de Andiarios, que quería celebrar sus 50 años resaltando la importancia de la prensa en una democracia, con el interés de la Luis Ángel Arango y el apoyo del Centro de Estudios en Periodismo de la Universidad de los Andes.

Una experiencia para compartir durante la recopilación del material.
Fue impactante encontrar la caricatura premonitoria del asesinato de Bernardo Jaramillo Ossa, dirigente de la UP, en 1990. Ari dibujó a Jaramillo con una lápida en el cuello. Esa misma tarde lo mataron.

¿Cuál periódico hoy desaparecido le gustaría que volviera a resurgir?
Todos los satíricos, por su valentía y su humor punzante. Sus nombres resumen bien su talante: El Alacrán, El Fuete, La Guillotina... Los de sus redactores eran igual de inverosímiles. Uno firmaba Críspulo Papamoscas y otro Cirilio Bocafuerte.

En las piezas de la colección, ¿con qué chivas que hoy no se recuerdan mucho se encontrarán los asistentes?
¡Hay muchas, pero con esta el país lleva ‘chiviado’ casi 100 años! En 1920 el periódico Gil Blas denunció cómo el gobierno nacional estaba regalando a los ingleses las minas de oro de Marmato en Caldas. Hoy día seguimos en las mismas.

Tres fotografías para recordar siempre.
La del incendio de la Torre Avianca, la de los sobrevivientes de Armero y la del fusilamiento de los acusados de atentar contra el presidente Rafael Reyes en Barro Colorado.

Cinco reporteros que pueden enseñarles a los periodistas de hoy.
Marco Tulio Rodríguez, que se acordó de los olvidados; Germán Castro Caycedo, que puso el relato al servicio de la investigación; Gerardo Reyes, que no le teme a los poderosos; Silvia Galvis, que creyó en la prensa regional, y Gabriel García Márquez, por casi todo lo anterior y más.

A partir de las siguientes características, ¿a qué periódico y en qué período de la historia atribuiría esa condición?

Capacidad investigativa
El Tiempo y su equipo de investigadores de los años 70.

Influencia nacional.
Todos han tenido su momento estelar. A unos les duró un día, a otros cien años.

Para conservar.
Toda la saga del misterioso asesinato de Eva Pinzón en 1922, publicada en El Nuevo Tiempo, el primer periódico colombiano posterior a la Guerra de los Mil Días.

Para ver el artículo en El Espectador, haga clic aquí.

martes, junio 05, 2012

Colombia's Agribusiness: "Product of Elsewhere"

by Lorenzo Morales

Local markets are one of the more quintessential Colombian scenes. Strolling through one, a visitor will find colorful and juicy fruits, aromatic species and herbs, fresh produce and diary. Due to its tropical location, Colombia is privileged to be able to produce these goods all year long. But today most of these products come from abroad. In Bogota's Corabastos, the largest wholesale market in Colombia and second-largest in Latin America, it is hard to find the label "Product of Colombia."

Beans, lentils and chickpeas come from Canada and the United States. Canned sardines and tuna are products of Ecuador and Peru. Apples, prunes, cherries, and peaches arrive from the U.S and Chile. Garlic and onions are from Japan and Mexico.

Even bocachico and bagre, two landmark fishes from the Magdalena River, now come from Argentina and Vietnam. Or even coffee, Colombia's most famous export and international trademark, is imported for domestic consumption.

The picture is worsening for local producers. Last week the government revealed that the country’s food imports climbed 52 percent in the first trimester of 2012 versus the same period last year—from 253 tons to 385 tons. The most dramatic rise in imports included milk, whey and dairy products, skyrocketing 543 percent. Sugar imports jumped by 217 percent.

Why is this happening? Not even local officials seem to know. Luis Fernando Salcedo, head of the Cámara Gremial de la Leche, a local daily producers’ guild, told the Colombian business newspaper Portafolio, “I don’t have any explanation for this increase,” adding, “My guess is that the Dirección de Impuestos y Aduanas Nacionales [Colombia’s customs administration] is not controlling the approved import quotas."

sábado, mayo 05, 2012

Receding

Deforestation had once been national policy, but farmers in the Amazon are now being asked to undo the damage. By Lorenzo Morales.

 "LOOK, THIS IS THE PIT OF JATOBÁ and this is of guanandi,” said Santino Sena, a man with gnarled hands collecting native seeds that had floated to the surface in a swamp in the jungle of Canarana, a municipality of Mato Grosso in west central Brazil.


Sena, who once made a living chopping down trees, is one of 300 workers in the area paid to collect seeds of native Amazonian forest plants for reforestation. The municipality supports a nursery and brokers the sales to farmers who buy the seeds. It’s a growing market: between 2007 and 2010 the sale of forest seeds for reforestation in Brazil quadrupled.

“Before, I didn’t think twice—and now it hurts if I cut a tree,” said Sena. He owns a house, a small Fiat and a motorbike that he paid for in part with seeds. In a year, he can earn up to R$10,000 ($6,000). The seed market is now moving onto the Internet. And it’s just one arm of recent reforestation efforts in Brazil, a country that for many years had the highest rate of deforestation in the world.

Vast red-dirt roads pave the way to the new agro-industrial frontier in Mato Grosso. The landscape is breathtaking. On one side of the road sits pastureland populated by cows that raise their heads to follow the passing cars. On the other side of the road, industrially planted soy mega-crops stretch to the horizon, forming perfect geometric patterns. Occasionally, a patch of forest breaks the monotony, a reminder that this land was once part of the world’s largest rainforest.

Deforestation of its Amazonian rainforest—host to one third of the world’s tropical forest—is largely to blame for Brazil’s status in 2005 as the third largest emitter of greenhouse gases in the world, if land use is taken into consideration. Faced with such a reputation, as well as pressure on the international stage, at gathering like the UN climate change summits, the Brazilian government was pushed to take action.

In 2003, under former president Luiz Inácio Lula da Silva, the government began to enforce long-neglected forest laws, one of which deemed that money could be withheld from states that failed to either prevent deforestation or ban the sale of products grown in illegally deforested areas. The government used satellite imagery to monitor lawbreakers, sent in police to raid illegal loggers and black-listed municipalities with the worst deforestation records. The strategy paid off: in six years, the rate of deforestation had fallen by 70 percent.

martes, abril 03, 2012

Mighty agro-lobby threatens reforestation of Amazon

The clash between the forest and the soja fields. Photo: L. Morales
Brazil has dramatically slowed down the rate of Amazon deforestation in the past six years. But restoring the swathes of rainforest is another huge challenge – and one that is meeting powerful political opposition. By Lorenzo Morales.

Vast, red, dirt roads pave the way to the new agro-industrial frontier in Matto Grosso, in the centre of Brazil. The landscape is breathtaking. On one side of the road, the pastureland is populated by a few cows which raise their heads to follow the passing cars. On the other side of the road, industrially-planted soya mega-crops stretch to the horizon, forming perfect geometric patterns. Occasionally, a patch of forest breaks the monotony, a reminder this land was once part of the world’s largest rainforest.

Deforestation of its Amazonian rainforest – host to one third of the world’s tropical forest – is largely to blame for Brazil’s status as the biggest emitter of greenhouse gases in Latin America. For many years it had the highest deforestation rate anywhere in the world but international pressure and domestic mobilisation finally forced the Brazilian government to act.

The government of the former president Luis Inacio Lula da Silva began to enforce long-neglected forest laws. This allowed him to withhold money from states which failed to prevent deforestation, and to ban the sale of products grown in illegally deforested areas. The government used satellite imagery to monitor lawbreakers, sent in police to raid illegal loggers, and black-listed municipalities with the worst deforestation record. The strategy paid off: in six years the rate of deforestation had fallen by 70 per cent.

Things have been turn upside down”, said Valmir Schneider, a soya farmer in the town of Querencia, a soya production region in the Amazonian state of Mato Grosso. “First they asked us to come to these lands and now we are the villains for turning it productive.

Schneider moved here from Rio Grande do Sul, a southern state with a large German migrant population in the 1980s during a government-sponsored colonisation programme. Deforestation was national policy then in a bid to populate the far-flung Amazonian jungles, which the government then regarded as unproductive. The scattered groups of indigenous people living in the Amazon were seen as savages and not treated like Brazilian citizens.


lunes, marzo 12, 2012

Carta abierta a la revista Don Juan

En la edición de diciembre de 2011, la revista Don Juan publicó un artículo sobre la minería en el Chocó y el oro verde. Envié esta carta a la directora, Maria Elvira Arango, con quien conversé varias veces por teléfono. Al final en febrero publicaron una versión editada que eliminó varios puntos cruciales de mi reclamo. Aquí la publico en su totalidad.

Bogotá, enero 9 de 2012


Sra.
María Elvira Arango
Directora
Revista Don Juan
Casa Editorial El Tiempo

En su artículo “La gran mentira del Oro verde chocoano”, el autor Simón Posada utiliza y hace mención al documental radiofónico “El oro verde del chocó: una opción para la minería?" del que soy productor junto a Charlotte de Beauvoir. Igualmente cita un artículo, sobre el mismo tema, que escribí para BBC.

El artículo intenta explicar por qué el proyecto Oro Verde no es un proyecto ecológico y pone en entredicho la veracidad de ambos reportajes. Para hacerlo el autor aplica un ambientalismo ingenuo, falta al sentido de las proporciones y traiciona un principio elemental del buen periodismo: Posada nunca fue al Chocó, jamás visitó las minas y tampoco habló con los mineros.

Toda actividad minera es dañina con la vegetación e implica remoción de tierra, pero hay métodos menos destructivos que otros. Oro Verde no utiliza mercurio ni cianuro, tóxicos que contaminan cultivos y fuentes de agua. Esos tóxicos producen daños en el sistema nervioso de los seres vivos, daño renal y malformaciones en los fetos. Por eso, y más, la ONU le entregó en 2010 el premio mundial SEED, reconocimiento notable que el artículo no menciona.

Escribe el autor en un aparte: “Sin embargo, pocos advierten que, por más ecológico que sea, Américo tuvo que talar árboles y derrumbar montañas y alterar la capa vegetal. Lo hizo con pico y pala y machete, herramientas ancestrales, pero, al fin y al cabo, lo hizo”.

El proyecto no pierde su carácter verde y sostenible, como sostiene el autor, porque, Américo Mosquera, un minero artesanal, tenga que cortar árboles con machete o remueva tierra de su lote. Calificar el proyecto de "mentira" por eso, es juzgarlo con la mirada de un jardinero.

Si Posada hubiera ido al Chocó hubiera advertido la diferencia notable entre una mina hecha con canalones y terrazas de piedra, como la de Américo, y una abierta con retroexcavadoras. Mientras una mina de canalón deja un cicatriz de unos cuantos metros cuadrados, la de una mina de retroexcavadora deja un cráter de piedras y lodo de varias hectáreas. Con la primera vive una familia por varias generaciones. Con la segunda, de la noche a la mañana, se hace rico un advenedizo.

Posada me cita diciendo: “"Américo, de 53 años, apila la tierra que remueve de su mina en terrazas donde las plantas crecen de nuevo. Así, las zonas que ya han sido explotadas vuelven a cubrirse de vegetación, como una cicatriz que poco a poco se va cerrando", escribe el periodista Lorenzo Morales para la BBC, sin aclarar que las terrazas de Américo no son de tierra sino de roca pura, como pirámides mexicanas en las que nunca podría crecer un árbol.”

Nadie dijo que en esas terrazas la vegetación se recuperara en cuestión de semanas, como quizás ocurra al escupir las semillas de una mandarina en la matera de un apartamento en Bogotá. Tampoco la vegetación crece sobre los muros de piedra de las terrazas, pero sí en lo que ellas sostienen.  En la minas sin terrazas que el autor no visitó la erosión arrasa miles de hectáreas de bosque cada año.

No creo que Oro Verde sea un proyecto perfecto. En el artículo de BBC y en el documental mostramos también los problemas de esta iniciativa. Por ejemplo, su escasa producción y cómo muchos mineros del programa tienen que vender el oro al mejor postor, incluidos intermediarios de grupos armados, pues, la minería artesanal es una economía de subsistencia, es decir donde se trabaja para pagar la comida y los gastos del día.

Mostrar los logros de un grupo de mineros que trabajan en un contexto adverso es menos sensacional que hacerlos pasar por farsantes. Por eso, por los problemas de fondo el autor pasa de largo. En actitud de turista, y no de reportero, Posada escribe: ¿Cómo hicieron para llegar hasta allí [las retroexcavadoras] y cuál es el papel de los grupos armados ilegales en este negocio? La pregunta no tiene respuesta (…)”. Resulta que sí la tiene, y ofrecerla hubiera sido el trabajo de un reportero. Pero para eso, de nuevo, hay que ir al Chocó y hacer la tarea. O, al menos, citar en su artículo, también, otros apartes de nuestro reportaje o de tantos otros que se han escrito al respecto, incluso en The New York Times.

Cordial saludo,


Lorenzo Morales