A José Fernando Isaza no le gusta la palabra “liderazgo”, sin embargo, la ha padecido en casi todas sus formas: en la política, como ministro; en la empresa privada, como presidente de Mazda; en la academia, como rector de la Universidad Jorge Tadeo Lozano; en los medios, donde aún es un afilado columnista y emprendedor. Para él, el liderazgo no puede ser una asignatura ni tampoco se certifica con un diploma, pero sí cree que el éxito de los líderes del futuro está en la educación que reciban.
¿Por qué necesitamos líderes?
Me gusta que hable de líderes y no de liderazgo. Líder es una persona capaz de hacer una transformación radical en una sociedad y hacerla avanzar. El error consiste en creer que esas personas se hacen tomando un curso de liderazgo, de coaching, que cuesta un millón de pesos e incluye libreta y lapicero. A veces dan almuerzo. Eso desgastó la palabra.
Los líderes son importantes no solo en el campo político. En el Renacimiento, los grandes líderes fueron artistas y científicos y lograron modificar el concepto del hombre. En vez de pensar que debemos estimular el liderazgo, lo que debemos es estimular el conocimiento y la capacidad de profundizar en un tema.
A Javier Solana, presidente y líder por muchos años de la Comunidad Económica Europea –físico como yo–, le preguntaban cómo había logrado construir esa unión. Él respondía: “Leí lo que había que leer cuando tenía la edad para leerlo y entendí lo que tenía que entender en el momento indicado”. Es decir: miró, pensó y entendió. Creo que hemos olvidado la importancia de la educación. Que una persona a los 18 años se siente a analizar un problema, así probablemente no pueda resolverlo. Eso ya no nos gusta. Hay que ser competitivo, proactivo y otras palabras de moda. Un líder es quien se muestra capaz de entender el momento. Y la iluminación no llega si no hay buena información. Ser líder es también mirar con otros ojos y una mente educada lo que otros no ven. Eso no es tan fácil.
Hay gente inteligente, erudita y bien informada que no da el paso para transformar la realidad, aunque la tenga bien diagnosticada. El líder tiene que querer serlo...
El intelectual entiende la situación. El líder es eso y además participa. En otras palabras, el intelectual avisa que hay un incendio, mientras que el líder corre a apagarlo.
¿Cómo hacemos para que en el 2050 tengamos más gente dispuesta a ir y apagar tantos incendios que tenemos?
Hay que inculcarle a la gente el valor de su responsabilidad como persona, como hombre que está de paso en el mundo pero puede modificarlo. Tenemos un problema de información. Estamos bombardeados diariamente con que lo más importante es la plata, ser avivato, utilizar el poder propio o de los padres para avanzar. Así no se crean líderes. Mire el espectro político en Colombia: más delfines que líderes. Y el líder solitario no existe. Precisamente son personas que mueven a otros. El éxito por ejemplo de López Pumarejo en los años treinta dependió mucho de la gente de la que se rodeó. Muchos fueron figuras destacadas en los siguientes 50 años. El liderazgo es también saber escoger la gente con la que se trabaja.
¿Qué cualidades serán indispensables para un líder en los años que vienen?
Las comunicaciones hacen que sea más fácil y más rápido divulgar una idea. Antes los vehículos para eso eran la prensa escrita, la radio y la TV. Esa mediación se acabó o se trasladó a las redes sociales. Pero lo más importante es y seguirá siendo tener una idea, un cuento. Somos un país sin cuento. Tanto es así que la capital la fundan los conquistadores sin que la civilización muisca que estaba asentada aquí hubiera dicho ni mu. Ese es un cuento muy chimbo. Hemos tenido cuentos buenos como el de El Dorado o el de Bochica y Bachué, pero hemos preferido olvidarlos. El carisma del líder es la capacidad de comunicar el cuento.
¿Hay espacio para ser líder en un país tan desigual?
La desigualdad es un ambiente totalmente desfavorable para el liderazgo. Buena parte de esa desigualdad proviene de un sistema tributario que no redistribuye riqueza y por un gasto público concentrado en los sectores medios y altos. El sistema es explosivo. Cuando usted está aguantando hambre, ¡qué cuento de liderazgo ni qué carajos!
En el último siglo, cuando parecía que se asomaba alguna figura con vocación de líder, terminaba asesinado. ¿La violencia logró acabar con la cosecha?
Como decía un grafiti por ahí: “Abajo el de arriba”. Somos una sociedad muy cerrada, muy autoritaria y muy reacia a la modernidad y al cambio. En eso tiene una gran responsabilidad la Iglesia. Cuando líderes del clero dicen que los homosexuales no tienen ciertos derechos, ¿cómo así que hay derechos distintos para heterosexuales y para homosexuales? Una sociedad donde personas con poder discuten el derecho a la autodeterminación de las personas es muy peligrosa.
¿Qué puede hacer una nación o un país para propiciar el surgimiento de líderes?
Esas figuras surgen mucho más en sociedades democráticas. Cuando usted tiene una sociedad que castiga el libre pensamiento, es muy difícil que haya liderazgo. La Italia del Renacimiento fue posible porque no había un Estado controlador, ni inquisidor como en España. ¿Qué debería hacer el Estado? Ser más democrático, pero eso nos molesta profundamente. Para que haya liderazgo político tiene que haber gobierno y oposición. En un sistema político melcochudo, donde la oposición se sataniza y todo se vuelve unidad nacional y la gran alianza, no puede haber líderes.
¿Cree que cambiar el sistema educativo es una fórmula para engendrar los líderes?
El sistema educativo es un reflejo del sistema político. Esa idea de que a los niños y los jóvenes hay que enseñarles saberes prácticos o técnicos es la mejor manera de destruir en ellos la posibilidad de crear. La educación en la escuela debe ser enviciar a la gente –realmente enviciarla– por el conocimiento, por la ciencia, por el arte, por la discusión.
Democracias muy avanzadas como Suecia o Finlandia tienen sistemas educativos muy libres. El profesor de primaria se escoge entre los mejores profesionales. Y no solo reciben un buen incentivo económico, sino social: ser profesor es un orgullo.
¿Qué tipo de personas debe formar la universidad para que puedan desenvolverse en el futuro?
La presión social y política para cortar la duración de las carreras es enorme. El argumento es que el saber lo completan en el posgrado. Pero por querer formar a nuestros estudiantes rapidito, no estamos dando la formación humanística que necesita una persona. Y eso es el 99 % de la población. La universidad no se hizo para los genios. Se hizo para la gente como nosotros. Hay que enseñar un oficio, y ojalá rapidito, pero realmente deberíamos formar gente que piense: ¿por qué lo hago?, ¿qué hay en la caja negra de esta tecnología?, ¿cómo se puede mejorar? Debemos formar personas para la vida, no solo para el trabajo. Personas respetuosas, que se quieran y que quieran, apasionadas por la naturaleza, por el conocimiento, por la conversación, por el respeto y la admiración de sus vecinos.
Esta entrevista fue publicada en la edición de los 50 años de la Revista Diners. Vea la versión original aquí.
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