lunes, marzo 12, 2012

Carta abierta a la revista Don Juan

En la edición de diciembre de 2011, la revista Don Juan publicó un artículo sobre la minería en el Chocó y el oro verde. Envié esta carta a la directora, Maria Elvira Arango, con quien conversé varias veces por teléfono. Al final en febrero publicaron una versión editada que eliminó varios puntos cruciales de mi reclamo. Aquí la publico en su totalidad.

Bogotá, enero 9 de 2012


Sra.
María Elvira Arango
Directora
Revista Don Juan
Casa Editorial El Tiempo

En su artículo “La gran mentira del Oro verde chocoano”, el autor Simón Posada utiliza y hace mención al documental radiofónico “El oro verde del chocó: una opción para la minería?" del que soy productor junto a Charlotte de Beauvoir. Igualmente cita un artículo, sobre el mismo tema, que escribí para BBC.

El artículo intenta explicar por qué el proyecto Oro Verde no es un proyecto ecológico y pone en entredicho la veracidad de ambos reportajes. Para hacerlo el autor aplica un ambientalismo ingenuo, falta al sentido de las proporciones y traiciona un principio elemental del buen periodismo: Posada nunca fue al Chocó, jamás visitó las minas y tampoco habló con los mineros.

Toda actividad minera es dañina con la vegetación e implica remoción de tierra, pero hay métodos menos destructivos que otros. Oro Verde no utiliza mercurio ni cianuro, tóxicos que contaminan cultivos y fuentes de agua. Esos tóxicos producen daños en el sistema nervioso de los seres vivos, daño renal y malformaciones en los fetos. Por eso, y más, la ONU le entregó en 2010 el premio mundial SEED, reconocimiento notable que el artículo no menciona.

Escribe el autor en un aparte: “Sin embargo, pocos advierten que, por más ecológico que sea, Américo tuvo que talar árboles y derrumbar montañas y alterar la capa vegetal. Lo hizo con pico y pala y machete, herramientas ancestrales, pero, al fin y al cabo, lo hizo”.

El proyecto no pierde su carácter verde y sostenible, como sostiene el autor, porque, Américo Mosquera, un minero artesanal, tenga que cortar árboles con machete o remueva tierra de su lote. Calificar el proyecto de "mentira" por eso, es juzgarlo con la mirada de un jardinero.

Si Posada hubiera ido al Chocó hubiera advertido la diferencia notable entre una mina hecha con canalones y terrazas de piedra, como la de Américo, y una abierta con retroexcavadoras. Mientras una mina de canalón deja un cicatriz de unos cuantos metros cuadrados, la de una mina de retroexcavadora deja un cráter de piedras y lodo de varias hectáreas. Con la primera vive una familia por varias generaciones. Con la segunda, de la noche a la mañana, se hace rico un advenedizo.

Posada me cita diciendo: “"Américo, de 53 años, apila la tierra que remueve de su mina en terrazas donde las plantas crecen de nuevo. Así, las zonas que ya han sido explotadas vuelven a cubrirse de vegetación, como una cicatriz que poco a poco se va cerrando", escribe el periodista Lorenzo Morales para la BBC, sin aclarar que las terrazas de Américo no son de tierra sino de roca pura, como pirámides mexicanas en las que nunca podría crecer un árbol.”

Nadie dijo que en esas terrazas la vegetación se recuperara en cuestión de semanas, como quizás ocurra al escupir las semillas de una mandarina en la matera de un apartamento en Bogotá. Tampoco la vegetación crece sobre los muros de piedra de las terrazas, pero sí en lo que ellas sostienen.  En la minas sin terrazas que el autor no visitó la erosión arrasa miles de hectáreas de bosque cada año.

No creo que Oro Verde sea un proyecto perfecto. En el artículo de BBC y en el documental mostramos también los problemas de esta iniciativa. Por ejemplo, su escasa producción y cómo muchos mineros del programa tienen que vender el oro al mejor postor, incluidos intermediarios de grupos armados, pues, la minería artesanal es una economía de subsistencia, es decir donde se trabaja para pagar la comida y los gastos del día.

Mostrar los logros de un grupo de mineros que trabajan en un contexto adverso es menos sensacional que hacerlos pasar por farsantes. Por eso, por los problemas de fondo el autor pasa de largo. En actitud de turista, y no de reportero, Posada escribe: ¿Cómo hicieron para llegar hasta allí [las retroexcavadoras] y cuál es el papel de los grupos armados ilegales en este negocio? La pregunta no tiene respuesta (…)”. Resulta que sí la tiene, y ofrecerla hubiera sido el trabajo de un reportero. Pero para eso, de nuevo, hay que ir al Chocó y hacer la tarea. O, al menos, citar en su artículo, también, otros apartes de nuestro reportaje o de tantos otros que se han escrito al respecto, incluso en The New York Times.

Cordial saludo,


Lorenzo Morales

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