Bogotá, enero 9 de 2012
Sra.
María Elvira Arango
Directora
Revista Don Juan
Casa Editorial El Tiempo
En su artículo “La gran mentira del Oro verde chocoano”, el
autor Simón Posada utiliza y hace mención al documental radiofónico “El oro
verde del chocó: una opción para la minería?" del que soy productor junto
a Charlotte de Beauvoir. Igualmente cita un artículo, sobre el mismo tema, que
escribí para BBC.
El artículo intenta explicar por qué el proyecto Oro Verde
no es un proyecto ecológico y pone en entredicho la veracidad de ambos
reportajes. Para hacerlo el autor aplica un ambientalismo ingenuo, falta al
sentido de las proporciones y traiciona un principio elemental del buen
periodismo: Posada nunca fue al Chocó, jamás visitó las minas y tampoco habló
con los mineros.
Toda actividad minera es dañina con la vegetación e implica
remoción de tierra, pero hay métodos menos destructivos que otros. Oro Verde no
utiliza mercurio ni cianuro, tóxicos que contaminan cultivos y fuentes de agua.
Esos tóxicos producen daños en el sistema nervioso de los seres vivos, daño
renal y malformaciones en los fetos. Por eso, y más, la ONU le entregó en 2010
el premio mundial SEED, reconocimiento notable que el
artículo no menciona.
Escribe el autor en un aparte: “Sin embargo, pocos advierten que, por más
ecológico que sea, Américo tuvo que talar árboles y derrumbar montañas y
alterar la capa vegetal. Lo hizo con pico y pala y machete, herramientas
ancestrales, pero, al fin y al cabo, lo hizo”.
El proyecto no pierde su carácter verde y sostenible, como sostiene
el autor, porque, Américo Mosquera, un minero artesanal, tenga que cortar
árboles con machete o remueva tierra de su lote. Calificar el proyecto de
"mentira" por eso, es juzgarlo con la mirada de un jardinero.
Si Posada hubiera ido al Chocó hubiera advertido la
diferencia notable entre una mina hecha con canalones y terrazas de piedra,
como la de Américo, y una abierta con retroexcavadoras. Mientras una mina de
canalón deja un cicatriz de unos cuantos metros cuadrados, la de una mina de retroexcavadora
deja un cráter de piedras y lodo de varias hectáreas. Con la primera vive una
familia por varias generaciones. Con la segunda, de la noche a la mañana, se
hace rico un advenedizo.
Posada me cita diciendo: “"Américo, de 53
años, apila la tierra que remueve de su mina en terrazas donde las plantas
crecen de nuevo. Así, las zonas que ya han sido explotadas vuelven a cubrirse
de vegetación, como una cicatriz que poco a poco se va cerrando", escribe
el periodista Lorenzo Morales para la BBC, sin aclarar que las terrazas de
Américo no son de tierra sino de roca pura, como pirámides mexicanas en las que
nunca podría crecer un árbol.”
Nadie dijo que en esas terrazas la vegetación se recuperara en
cuestión de semanas, como quizás ocurra al escupir las semillas de una mandarina
en la matera de un apartamento en Bogotá. Tampoco la vegetación crece sobre los
muros de piedra de las terrazas, pero sí en lo que ellas sostienen. En la minas sin terrazas que el autor no
visitó la erosión arrasa miles de hectáreas de bosque cada año.
No creo que Oro Verde sea un proyecto perfecto. En el
artículo de BBC y en el documental mostramos también los problemas de esta
iniciativa. Por ejemplo, su escasa producción y cómo muchos mineros del
programa tienen que vender el oro al mejor postor, incluidos intermediarios de
grupos armados, pues, la minería artesanal es una economía de subsistencia, es
decir donde se trabaja para pagar la comida y los gastos del día.
Mostrar los logros de un grupo de mineros que trabajan en un
contexto adverso es menos sensacional que hacerlos pasar por farsantes. Por
eso, por los problemas de fondo el autor pasa de largo. En actitud de turista,
y no de reportero, Posada escribe: “¿Cómo hicieron para llegar hasta
allí [las retroexcavadoras] y cuál es el papel de los grupos armados ilegales
en este negocio?
La pregunta no tiene respuesta (…)”. Resulta que sí la
tiene, y ofrecerla hubiera sido el trabajo de un reportero. Pero para eso, de
nuevo, hay que ir al Chocó y hacer la tarea. O, al menos, citar en su artículo,
también, otros apartes de nuestro reportaje o de tantos otros que se han
escrito al respecto, incluso en The New York Times.
Cordial saludo,
Lorenzo
Morales
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