sábado, junio 25, 2011

La deshonra de La Colina


En los años sesenta, un grupo de artistas osó sacudir a la mojigata Bogotá. Por primera vez, artistas homosexuales se convirtieron en los grandes anfitriones de una tertulia que parecía no tener fin.
Por: Lorenzo Morales


En una foto en blanco y negro un grupo de personas le practica una cesárea a Ilva Rash, primera esposa de Alejandro Obregón. Armando Villegas sostiene al neonato por los pies, al tiempo que Eduardo Ramírez Villamizar y Enrique Grau trincan a la madre mientras le hacen una falsa sutura (foto 1). En otra foto, trece amigos, entre ellos Rafael Moure, Edgar Negret, Germán Vargas, Enrique Grau y Hernán Díaz recrean La última cena. En el centro no está Cristo, sino el librero catalán Luis Vicens, las manos extendidas sobre una mesa donde no hay pan ni vino sino ron y Coca-Cola.

Estas imágenes son retazos del álbum de uno de los círculos de artistas e intelectuales más influyente y polémico de la segunda mitad del siglo XX en Colombia. Algunas de estas fueron tomadas entre los años sesenta y setenta, en los apartamentos de Enrique Grau, Hernán Díaz y Eduardo Ramírez Villamizar, por entonces no solo pioneros de un nuevo lenguaje en el arte sino también de un barrio en decadencia en las faldas de los cerros de Bogotá.

“Fue una cuadra premonitoria”, dice Guillermo Angulo refiriéndose al escaso tramo de la calle 26 entre carreras Quinta y Cuarta, en el barrio Independencia, donde en una hilera de apenas cinco edificios diseñados en serie por el suizo Paul Studer vivieron, al tiempo, la escultora Beatriz Daza, el arquitecto Rogelio Salmona, el crítico Hernando Valencia Goelkel, el fotógrafo Hernán Díaz y el pintor Enrique Grau.

Estos dos últimos convirtieron rápidamente sus apartamentos en el epicentro de fiestas de cuatro pisos y puertas abiertas donde la única regla era gozar sin límites y sin prejuicios. Igual sonaba un porro o una cumbia que The Beatles o Puccini y las carcajadas retumbaban, estremeciendo los barrios más mozos y más planos. A las fiestas llegaba la bailarina Delia Zapata (a veces con su tropa), el director de teatro Enrique Buenaventura, la cantante Leonor González Mina, los poetas Eduardo Cote Lamus y Amilkar-U, la actriz Betty Rolando, la osada modelo Dora Franco y una lista de nombres ilustres tan larga que solo citándolos se llenaría esta página.

La curiosidad de quienes no frecuentaban esos festines daba pie para rumores escandalosos de que allí se vivía una débauche permanente. A oídas era fácil tener esa impresión, pues las veladas empezaban en la tarde y terminaban en la madrugada con hombres y mujeres disfrazados, caras pintorreteadas y, casi siempre, con un tufo insecticida. Un día aparecía, de pronto, Hernán Diaz envuelto en una sábana declamando como si fuera Berta Singerman, al otro Grau disfrazado con sombrero, plumas y delineador en los ojos haciendo un performance destemplado de Renata Tebaldi, su soprano favorita. Otra vez, asegura una de sus amigas, hasta un tapete le sirvió de capa.

Siga leyendo el artículo en la revista Arcadia, haciendo click aquí.

(Foto: Fernando Botero por Hernán Díaz)

No hay comentarios.: