sábado, enero 20, 2007

Deporte con altura

Es la primera vez que vengo a Bogotá de vacaciones. Las últimas veces que he tenido que pasar por el semáforo de la Dian en El Dorado -donde evadir impuestos es cuestión de suerte- ha sido porque he venido para quedarme. Por primera vez tomé un vuelo de más de seis horas, con una escala, y empaqué como si fuera a Girardot de puente.

Estar en Bogotá de paso es extraño. Se ven cosas raras: hay canecas nuevas en la novena, los árboles de la cuadra y los de Tabio han crecido y el Doctor se ve un poco más viejo. Solo han pasado seis meses y ahora hay edificios donde yo sólo dejé vallas con promesas o lotes con maleza.

Entre esos nuevos edificios que han crecido como hongos sobresale una nueva torre de apartamentos en la Avenida 26 con carrera 35, frente a la Lotería de Bogotá y diagonal a una de las entradas de la Universidad Nacional. En un cartel del tamaño de un paracaídas el constructor le hace propaganda a su edificio: “aptos duplex – Tejo de piso, juego comunal piso 17.”

Me alegra mucho saber que la economía sigue bien y que si la danza de los millones ha tenido efectos nefastos sobre la movilidad vehicular (la gente asocia el bienestar con estrenar carro), en cambio ha traido beneficios concretos en terminos de movilidad social.

Desde la perspectiva de un pequeño burgués, ese cartel indica que quienes antes se rompían la espalda haciendo edificios a punta de palustre y maceta para otros, hoy viven en ellos.

Visto de otra forma, es muy grato que un deporte tradicional, seguro y verdaderamente entrentenido haya podido desbancar a otros lujos insípidos como los salones comunales con deportes de ratón Hamster como el spinning y el step y otros de cárcel como el squash, el mini-golf y el ping-pong.

Me puse a soñar con tener un apartamento en esa torre. Pese a lo cómodo que sería, Camila me hizo caer en cuenta que sería preferible no comprar ni junto ni debajo de la cancha de tejo; el buen tino de los vecinos puede hacer la vida insufriblemente ruidosa. Yo me imaginé viviendo en el piso sexto –soy proclive al piso sexto- y tomando un ascensor con numeros digitales que me subiera once pisos. Al abrirse las puertas doradas, entre la vista a los cerros tutelares y las pistas de El Dorado, siete canchas de tejo profesionales entapetadas. En vez de bocín, un aro en aluminio sumergido en un gel antialérgico que hace las veces del barro, pero sin salpicaduras. Las mechas son importadas de Nobsa. Encima de cada cancha, un marcador electronico con números rojos para llevar las cuentas de las mechas buenas. De un lado los puntos de los “visitantes” y de la otra la de los “propietarios.”

Los tejos se piden en la portería.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Magnífica entrada!

La Rojas dijo...

Excelente ejemplo de marketing creativo!!

Anónimo dijo...

espero que las ventanas del piso sean blindadas... por si voy a visitarlo no me que caiga un tejo en el panoramico del carrito... desde un piso 16!!!!

kalamityjane dijo...

Genial, hàgale!