miércoles, julio 27, 2005

Multitud

A finales de noviembre de 1999, el mundo entero vio por la televisión cómo la ciudad de Seattle, sede de la cumbre de la Organización Mundial del Comercio, acabó convertida en un verdadero campo de batalla. Los mandatarios que asistieron no pudieron dar sus lánguidas declaraciones de todos los años, pues las cámaras de las cadenas estaban ocupadas enfocando las nubes de gas lacrimógeno y la llovizna de piedras y palos que atascaron media ciudad. Miles de manifestantes, ciudadanos del común con casco de jugador de fútbol americano, camiseta y palo de escoba —algunos venidos de otras ciudades y países— aguaron la fiesta de la globalización con un carnaval de resistencia.
Si para los escuderos del establecimiento esas escenas no fueron más que el divertimento de una juventud en vacaciones, para Hardt y Negri, lo de Seattle —y después las batallas de Gotemburgo y Génova— son una prueba de la convergencia de los muchos movimientos de agravio contra el sistema global y una demostración del poder de la multitud. Para los que leyeron Imperio —la primera parte del manifiesto de Hardt y Negri— y quedaron deprimidos pensando que vivimos en un mundo horrible y se cogían la cabeza diciendo: “¿y ahora qué hacemos?, en Multitud pueden subir la moral con un trago inflamable de optimismo. El libro es no sólo un agudo diagnóstico del nuevo orden global y una muy interesante actualización de las categorías clásicas del marxismo, sino un inspirador manual para el ejército insurgente que deberá hacer frente a la globalización armada del Imperio.
Multitud tiene el encanto de no ser una convencional diatriba antiamericana, ni un panfleto paranoico de teorías de la conspiración. Aunque el argumento se construye sobre la dialéctica entre opresores y dominados, es desintoxicante encontrar que —por una vez— el “Imperio” no es el Tío Sam e “insurgencia” no son doce apóstoles barbudos con un kalashnikov en una mano y un habano humeante en la otra. En el nuevo mundo “posfordista”, las contradicciones ya no vienen de una clase obrera de overol azul enfrentada a un señor burgués, dueño de una fábrica de hilos. El “trabajo inmaterial”, la paulatina evaporación del Estado-Nación y las formas de organización en red, entre otros, han dado forma y herramientas a los nuevos contendores de la lucha planetaria y posmoderna. Pero ¿cómo puede la multitud, una red heterogénea de intereses disímiles, crear una fuerza rebelde y democrática que logre exilarse y subvertir la soberanía tirana del Imperio ? Los argumentos de Hardt y Negri son varios y no todos igual de convincentes. Pero me llamó la atención el que viene de lo que en inteligencia artificial y métodos computacionales se llama la “inteligencia del enjambre”. La multitud operaría como trabajan las termitas o como atacan las abejas: aunque ninguno de los individuos aislados posee una mente excepcionalmente brillante, el enjambre, en cambio, constituye un sistema muy inteligente y coordinado sin necesidad de un control central. El libro está lleno de ejemplos muy sugestivos de este estilo.
También es alentador saber que un tratado serio y académico de filosofía política se puede hacer con alusiones y citas de Mr. Spock, Rimbaud, Céline, Dostoievski y Conrad, que al final hacen que se lea con el gusto de una novela futurista —y premonitoria— tipo Un mundo feliz y 1984 .
El único ausente imperdonable entre tantas referencias literarias, políticas y naturalistas fue uno: el desobediente Henry D. Thoreau. Yo lo tuve todo el tiempo en mi cabeza, esperándolo a la vuelta de cada página, pero nunca apareció. Y sin embargo Thoreau y Negri comparten más que el íntimo secreto de haber pagado su rebeldía con cárcel (Thoreau dejó de pagar impuestos para sustraerse del Estado y Negri militó en el radicalismo de las Brigate Rosse ). Multitud podría ser la última sofisticación teórica —esta vez con todos los utensilios informáticos del siglo XXI— de Resistencia al gobierno civil escrita por Thoreau en una cabaña perdida en los bosques de Concord y del siglo XIX.
Después de leer Multitud , muchos estarán pensando en volver a escribir la estrofa más famosa del viejo Gil Scott-Heron, pues la revolución tal vez si será televisada.

Publicado por Lorenzo Morales en la revista Pie de Página No.3, abril de 2005

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