miércoles, agosto 16, 2006

Uselo y tírelo

En Nueva York hay dos formas de amoblar una casa. Se puede ir a IKEA o se puede esperar en un andén. En el imperio de la superabundancia y el consumo, tambien los desechos son abundantes. Y no siempre son cascaras de platano, ropa sucia o periódicos viejos.

Aqui, a partir de cierta hora, junto a las bolsas negras de basura apestosa van apareciendo estufas de cuatro fogones y neveras que botan cubos ya hechos de hielo por la puerta. Maquinas para hacer jugo de naranja que lo dispensan a uno de cortar la fruta, muebles de tres cajones y otras maravillas similares. Se podria pensar que todas estas cosas han sido puestas en la basura por haber ya extenuado su vida útil. Pero no es así. Por el contrario, muchas conservan el olor a plástico nuevo aunque el polvo pueda confundir sobre su verdadero estado. Otras incluso fueron devueltas a su caja original y tirades a la calle, igual a como tiran al océano a los marineritos que murieron en servicio.

Para los americanos las cosas en la vida sirven no hasta que se dañan sino hasta que aparece una major para reemplazarla. Esa es un filosofía sobrecogedora para un inmigrante de un país, donde un televisor viejo siempre le sirve bien a un primo lejano. Aqui, como los primos no importan, los televisores tampoco. Ni las neveras ni las estufas ni nada que se se pueda comprar en una tienda. Gracias a esta filosofía aparentemente insalubre, es que este país es lo que es.

No se cuanto me dure, pero por ahora estoy dedicado -no tiempo completo, claro- a parasitar en ese sistema vertiginoso de uso y desuso. Por esta vía me he hecho a una líndisima lámpara de pata antigua, a un mueble de tres cajones (la tía de A. dice que aquí todo lo que tiene cajones es carísimo, pero no sabemos todavía por que), una orquidea, una mesa-lámpara, material de escritorio, y otros asuntos que no vale la pena reseñar. Si no tengo más es por falta de músculo y exceso de compostura.

Por ejemplo, ayer fui a comer al Village con Hector Feliciano. Caminando de regreso a su casa, hice mi pequeño ‘shopping’ mental. En unas pocas cuadras vi un marco dorado barroco, una aspiradora, una lampara, un butaco, y frente a una tienda, varios iMac (esos de colores y forma de huevo) que para los estandares de esta ciudad son del cuaternario, pero en cualquier escuela de Riohacha serían lo mas modernos de toda la costa.

Aun no he podido descifrar en mi ese incontenible gesto de agacharme a recoger. No tiene motivaciones ambientalistas ni tampoco es por razones de presupuesto. Sospecho que tiene más que ver con la activación de un gene milenario que conserva la información de nuestros antepasados cazadores y recolectores.

Ese gen me los traspasó el costado paterno, pues recuerdo que en mi casa nunca se compró una sola caja de clips, pues todos los traía mi papa de la calle y de los exámenes de sus alumnos. El azucar venía en bolsitas de papel con nombres de restaurantes y cafeterias del centro. Como lo acusabamos de recoger porquerías que no hacían falta (como clips y azucar) mi papá decidió darle algo de presentación a su hobby a través de una excusa filatropica, y creó un fondo de ayuda al hospital de Arquía, Chocó, a base de donaciones, fondos propios, y reciclaje de latas y botellas recogidas por él mismo o con ayuda de aseadoras complices.

Yo mismo fui donante y testigo de como esas latas y botellas que se estaban tragando su estudio, se convirtieron en jeringas, suero, gaza, vitaminas y remedios contra el paludismo que mi papá mandaba a los indios de esa zona en cajas marcadas por correo o con Amalia, una monja misionera de confianza.

Todo esto me hace recordar un hermoso documental de Agnès Varda, Les glaneurs et la glaneuse, en el que Varda recoge los testimonios de varios seres de esta naturaleza: un tipo con cara de serio pero maniaco de recoger botones; familias que esperan a que pasen las maquinas para recoger las papas enterradas en el suelo; ancianos que recogen ciruelas detras de los camiones; profesores en París que llenan su alacena antes de que los carros aspiradora se chupen las lechugas y los tomates que quedan de los mercados, indigentes que comen caviar y jamón que botan las tiendas.

Ademas de tergiversar las leyes del consumo, recoger cosas de la calle cuando se esta tatando de armar una casa, tiene un beneficio adicional. Tantas cosas de dueños desconocidos, hacen que en poco tiempo uno sienta que tiene mas amigos. Cada objeto es la continuación de una historia que uno no conoce pero de la cual, inevitablemente, hace parte. Y sobre la cual puede especular eternamente: ¿Por qué no querían más esta lámpara que ahora me alumbra mientras escribo estas palabras? ¿Quién era su dueño? ¿En unos años, quién se animará a recogerla en el andén que veo desde mi ventana?

(Foto: Les glaneuses de Millet)

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo también me encontré un cubo de acrílico que hace las veces de mesa, una lampara que SI prende, un avión de juguete, una matraca y unos libros, todo esto en brooklyn heights que es claramente unos de los barrios mas ricos de NY.

Todo lo botan por que llegan cosas nuevas que opacan a las viejas. Gracias a esto pronto recibiré un micro ondas producto de una generosa donación familiar. Vamos a ver que mas llega.

Anónimo dijo...

Esta sociedad de consumo... A veces me parece mentira. Mi mama siempre me enseño que la comida no se botaba, que habia mucha gente hambrienta en el mundo. Y aca despues de las 10:30 am los dias de semana y 11:00 am los "weekends", los botes de basura de Mcdonald's y todas las cadenas de comida rapida serian la salvacion diaria de muchos pobres...Makes me wonder.
Excelente articulo!

Anónimo dijo...

En mi lista de cosas recogidas ademas de varios muebles y una que otra bicicletas estan 3 MAQUINAS DE COSER EN PERFECTO ESTADO! Nunca antes mis regalos de navidad habian sido tan exitosos como despues de ese gran encuentro.

kalamityjane dijo...

Comparto contigo ese pensamiento. Recuerdo que en Paris sucede algo similar, solo que no me he topado con tantas cosas a la vez. Hay un servicio con horario para depositar en la calle aquellas cosas que ya no se quieren tener en la casa. Se avisa y alguien de la alcaldia pasa con un camion y suas! desaparecen. Ojala me encuentre por ahi tantas cosas como tu, ojala me encuentre por ahi con mi horaculo aunque sea en suegnos.

María Paula Muñoz dijo...

Me acuerdo del capitulo más lindo del Palacio de la Luna de su amigo Auster.
He de regañarlo por los errores tipográficos será la influencia del Ingles.
He de contarle que de esa manía de su papá de no dejar que lo viejo se pierda, todos los días hay algo nuevo en el local de chapinero. Han sido encuentros bonitos: su papá sentado esperando que llegara algún maestro para hacer las estanterías para albergar libros viejos y su mamá preocupada por una nueva humedad.
Por su influencia volví a montar en bus, a veces me hace falta no contarle lo que me pasa.

tiny arrow dijo...

Bueno aca estamos todos ansiosos esperando un nuevo post ;)

Anónimo dijo...

(Esto es por usted loro, no por su padre) El síndrome de Diógenes, define el comportamiento en el que personas mayores (usted ya lo es) proceden de modo huraño, se recluyen en el hogar y abandonan el aseo personal (no se si estos hábitos se corresponden con el Lorenzo actual pero no estaba muy lejos hace unos años!). Los que sufren de esto llegan a acumular grandes cantidades de basura y, voluntariamente, no salir de sus hogares. Sienten que no tienen nada y viven en una extrema pobreza lo que les hace ahorrar grandes cantidades de dinero (eso con el tiempo, Loro, con el tiempo) y guardar todo por si acaso!.

(Es normal verlo en España - no se en NYC. Los viejos recogen de todo en los contenedores. Parece que la razón está el hambre y la pobreza del periodo de posguerra)

Las razones y excusas de su padre se me hacen geniales, aunque a lo mejor, y sería la razón mas linda, lo hacen como usted sugiere: porque quieren conocer gente.