domingo, octubre 23, 2005

In the land of plenty


Hay un ratón en la cocina. La primera que lo vió fue A, una mañana antes de salir. Cerramos bien los frascos, guardamos el cereal y las galletas y metimos en bolsas todo lo apetecible. No volvimos a saber de él y pensamos que había entrado por accidente y que seguramente ya se había ido sin intenciones de volver. Le pusimos Guillermo de cariño y hasta hicimos un dibujo que pegamos en la nevera con un imán que decía "repulsive".

Hoy Guillermo hizo su segunda aparición. Esta vez fue M quien lo vió, y nos llamó a gritos. La encontramos en la cocina con un palo de escoba en la mano. Ya sabemos donde vive Guillermo, pero no cómo sacarlo. Vive dentro de la estufa. Lo envidio mucho porque ahora hace bastante frío en Nueva York.

N propuso usar el insecticida para cucharachas, pero nos pareció inconveniente fumigar la estufa. Intentó usar desinfectante en aerosol como un soplete (dicen que los ratones detestan el fuego) pero tampoco funcionó, pues el hueco por el que Guillermo entró hace un giro en U. Cuando nos fuimos de la casa N ya estaba trabajando con su equipo de destornilladores para quitar la tapa de atrás de la estufa y allanar el apartamento de nuestro amigo ratón. Prometimos traer de vuelta una trampa.

Aqui se consiguen distintos tipos de "mata ratas". Están las tradicionales pildoras venenosas, sólo que vienen de distintos sabores siendo las mas recomendadas las de peanut butter. Está también el folclórico resorte con el anzuelo de gruyere y el Gomín, una especie de pegante en el que el pobre ratón termina aderido y a veces, si es muy combativo, despellejado. Todos estos métodos los conocía yo ya en Colombia (sin el saborizante), pero desubrí uno más interesante, más higiénico y más gringo. Una especie de cajita negra con una puerta y al fondo un bocado. Cuando el ratón entra a almorzar, un sistema de poleas y palancas cierra la caja. Ademas de lo funcional, lo bonito del sistema es que la caja es negra y tiene forma de ataúd. De esa manera uno no sólo no se ensucia las manos ni se mortifica con la imágen del cadaver, sino que además le da cierta dignidad a la despedida.

Nueva York es la capital de los ratones. Los cálculos más optimistas hablan de 48 millones y los pesimistas de 96 millones de ratones en una ciudad de 8 millones de seres humanos. En promedio, seis ratones por cada peatón, haciendo del tema un asunto de salud pública. Las empresas de fumigación y control de pestes son un excelente negocio que hace millones. Hace un año (octubre 2004) el Concejo Municipal de la Ciudad de Nueva York creó un Comité de ilustres e importantes personalidades para combatir a los roedores.

“Like crime, we may not be able to totally eradicate these pests, but we can establish a public policy of zero tolerance and avoid a health epidemic,” señalo entonces el diputado Perkins. “The need for a Pest Control Board is critical and will go a long way in helping to reduce the rat population and infestation in the City by establishing a consistent, centralized and comprehensive approach to better gauge the root causes of our problems.”

Nueva York, the land of plenty.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Chevere el dato Lorenzo... igual lo tenia claro con tan solo montar de noche en el metro. No sabia que estaba por NY. Si ya tiene frio hermano... lo que le espera...

Anónimo dijo...

La muerte de Guillermo fue mucho mas dolorosa de lo que pensé. La primera y única vez que lo vi me produjo bastante asco. No me gustaba de la idea de tener un ratón en casa. Sin embargo ni M y N ni L ni yo dábamos el paso de comprar el veneno o trampa que daría fin a la vida de nuestro roedor. Finalmente tras la partida de L. camino a casa compre un veneno de caja amarilla. N lo puso en la cocina y lentamente vimos como el alimento desaparecía día a día de la caja. El martes llegue a casa, sola, y encontré a Guillermo tirado el piso de la cocina. Era tan pequeño que todo el asco que sentí la primera vez se trasformo en una profundo dolor. Y el dolor fue mas grande aun cuando lo fui a recoger con una escoba y una bolsa y me di cuenta que aun estaba vivo. Se movía, daba saltos, brincos y vueltas mostrándome su dolor. Recordé que fue yo quien compro el veneno de la caja amarilla y el dolor ahora estaba lleno de culpa. No se como hice para empujar ese diminuto casi-cadáver con la escoba, echarlo en la bolsa y sacarlo a calle para que se lo llevara el camión. Decidimos que ahora hay que sellar toda la casa. No queremos matar mas ratones pero tampoco queremos tener a los padres o abuelos de Guillermo que de seguro no serán ni tan tiernos ni tan pequeños como lo era el, qpd.